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miércoles, 26 de enero de 2011

El pastor de pájaros

Con las luces y sombras que el amanecer creaba entre los árboles y arbustos del jardín, acudían mirlos, palomas, torcaces, gorriones y algún periquito perdido a la especial comunión diaria del desayuno. También aparecían un par de orondos gatos, no se sabe bien si relamiéndose ante un festín cazador o por la bondad que encontraban en ese encuentro.
Nosotras acudíamos a la cita matutina del Tai Chi a encontrarnos en esa hora limpia del casi amanecer de verano, ya con ruidos pero todavía con pocos humos y algo de fresco.
Eran quince minutos magníficos que nos brindaron la oportunidad de observar y sonreír ante la bondad de algo insólito en la ciudad.
Así mientras nuestros cuerpos y mentes se movían con la respiración y miraban sin ver, sentían el tranquilo caminar del hombrecito que subía desde la dirección del mar. Dirigía sus pasos en primer lugar al platanero de grandes hojas entre las que guardaba un recipiente que llenaba de agua en la toma de la manguera de los jardineros y se dirigía con andar pausado hacia el espacio elegido. Las barras de pan eran desmigadas lentamente mientras no dejaban de acudir los pájaros. Detrás de un gran abeto, a pocos metros de las migas de pan, daba de comer a los gatos que así dejaban los dejaban tranquilos.
Cada mañana de ese verano el pastor de pájaros subía desde el este.
Un día dejó de venir. Quizás cambió de jardín o enfermó. Siempre nos preguntaremos qué le dirigió a ese espacio y por qué lo hacía. Es posible que en otro lugar con horizontes más amplios cuidaba algún rebaño que la edad o el “progreso” le arrebató, y en la ciudad, quizás con sus hijos necesitó encontrar la compañía y la actividad de antaño con otros seres esta vez de plumas y trinos.
FIN.